lunes, 28 de febrero de 2011

Chéjov, Beckett y Pinter

cuando alguien habla por hablar tal vez esté diciendo
lo más genuino y veraz que pueda decir y mientras habla
por hablar, observamos su comportamiento, para leer
en él lo que no dice
J. Lacan
 
La saga continúa. Algunas conexiones. Apuntes para una investigación futura.
 
Incluso para que haya silencio son necesarias palabras que lo digan; creo que hasta aquí podemos llegar a estar todos de acuerdo, ¿no?
Bien, pues entonces tenemos: a un cuentista que quería ser dramaturgo, a un escritor que quería ser director de cine y a un actor que quería ser guionista. 
 Me explico; el primero es Chéjov, uno de los mejores cuentistas de la historia de la literatura y un revolucionario de la escritura dramática, con un corpus de cuatro grandes obras teatrales. El autor ruso escribió teatro deliberadamente antidramático: a menudo en sus obras son más importantes los acontecimientos que los personajes, llegando a emplear falsos, desarticulados y decrecientes diálogos que le permiten escribir de una forma musical y sugerente (poesía contemporánea: John Ashbery, por ejemplo), creando una atmósfera común en todo el conjunto de su obra. Chéjov no escribe de forma mecánica ni melodramática, ni tampoco sus obras son ejercicios de naturalismo sin argumento. Tampoco es del todo cierto que las obras de Chéjov sean dramas políticos sobre la esterilidad de la vida de la clase media, como nos recuerda Richard Gilman en su libro Chéjov: una apertura hacia la eternidad.
Pero sigamos avanzando, Chéjov tenía un gran y peculiar sentido del humor (denominó a algunas de sus obras como comedias). Dice Stanislavski:
Por aquel entonces se estaban haciendo ensayos de Michael Kramer (de Hauptmann) y Chéjov los seguía con interés (…) Yo estaba en el escenario durante el ensayo general (…) y a veces oía su risita. Pero, como lo que estaba ocurriendo en escena no cuadraba con el humor del espectador (…) esa risita me desconcertaba enormemente. (…) A mitad del acto de levantó varias veces y empezó a caminar rápidamente por el pasillo central sin dejar de reír (…) Le pregunté por su impresión. Le había gustado muchísimo (…) Resultó que reía de gozo. De ese modo en que ríen sólo los espectadores más espontáneos”
Un sentido del humor que impregnará sus obras de una extrañeza cotidiana continua. 
Ahora pensemos en el segundo, sigamos uniendo con flechas; el segundo es Beckett. Bien es sabido que escribió, en sus años de lector en París, una carta a S. M. Eisenstein preguntándole sobre la viabilidad de trasladarse a Moscú para estudiar con él. La carta nunca fue contestada y no se sabemos si el director ruso la recibió. S. Beckett fue adelgazando su escritura, haciéndola cada vez más visual, hasta acabar escribiendo teatro, haciendo trabajos para televisión o rodando Film con el actor B. Keaton. No son pocos los autores que ven en Chéjov un precursor de Samuel Beckett. También sabemos que éste leyó atentamente su obra entre los años 1934 y 1937, mientras leía la teoría de la relatividad y otras lecturas científicas. 

 
Es claro que el humor beckettiano o el uso de los silencios tiene rasgos en común con la utilización que hace de ellos el autor ruso. Si bien es cierto que Chéjov mantuvo sus obras en una contención emocional más equilibrada y menos desesperada que el irlandés. Beckett llegó a calificar su drama Esperando a Godot de “terriblemente cómico”. Los dos autores muestran una desazón con el mundo, una importancia en los objetos y las acciones, en la sutileza y en la sugerencia. Nada pasa mientras está pasando todo, porque así es la vida.
Las obras de Beckett comparte un núcleo común todas ellas, una concepción del mundo muy personal y estudiada; aunque si se puedan señalar diferentes etapas en su obra (se aprecia un gran cambio entre Esperando a Godot o Fin de partida y Los días felices o Film) todas crean y surgen a la vez de una misma atmósfera y sin embargo, él, siempre intentó separarse los más posible de sus obras, no saber nada, no dar claves para sus interpretaciones, no ser el creador omnisciente. 
Beckett no pretende decir el caos, sino mostrarlo; por eso cada vez tiende más a la imagen, a lo visual; por eso, Film -dirigida por A. Schneider- es una película muda en la que sólo se escucha un Shssss!; por eso, sus obras se han calificado de antiteatro, anticine y antitelevisión.



Las conexiones con Beckett son múltiples: Beckett y John Cage, Beckett y Van Velde, Beckett y Rothko, Beckett y Arikha, etc.
Tanto el silencio beckettiano como chéjoviano no tiende a la nada, sino a la representación. Y aquí entramos con el tercero en discordia: Harold Pinter. Todos nos acordamos de la cita de Pinter sobre el silencio -aquí- que bien podría aplicarse a los personajes de Chéjov. Pinter se declaró admirador de Samuel Beckett y como él se negó a una excesiva interpretación de sus obras -podemos alargar la linea hasta Sarah Kane, discípula de Pinter, Beckett o Buchner-

Tanto en Chéjov como en Beckett o Pinter la risa nace de una conciencia del absurdo de la existencia humana. Los personajes de los tres se hablan, pero no se comunican. La importancia de los objetos, un sentimiento profundo de oscuridad de la vida y soledad.
Podríamos seguir, pero se nos está echando el espacio encima. La conexiones -también las diferencias- pueden llegar a ser pequeñas y sutiles, pero infinitas. 
Harold Pinter, interpreta La última cinta de Krapp de Beckett.



Como todos sabemos, no puede existir la comedia real sin un grito, sin un sentimiento profundo de tristeza.

Irene Ochoa

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