domingo, 13 de febrero de 2011

Recuerdo de Tolstói, Chéjov y Andréiev



Igual que mendigos tullidos durante una procesión

Los recuerdos que se nos presentan de la figura de Chéjov en boca de Gorki es una perfecta carambola entre la vida, la obra y la amistad. Nos obliga, entre diálogos y anécdotas, a zambullirnos en una personalidad con caracteres morales, comprometida y, muchas veces noble para con los que sentía suyos. Una imagen que al fin de cuentas se podría sintetizar como: “La vida de un gran escritor de su tiempo”.
La educación es un tema recurrente en el imaginario de Chéjov. Con esto él se compromete y ve con claridad que grandes problemas del país es por la falta de seriedad y responsabilidad para con ésta.
“Si tuviera mucho dinero, instalaría aquí un sanatorio para los maestros de escuela enfermos. Ya sabe, haría construir un edificio luminoso, muy luminoso, de grandes ventanas y techos altos. Constaría con una hermosa biblioteca, varios instrumentos musicales, un colmenar, una huerta y un vergel; se podrían ofrecer cursillos de agronomía, meteorología; ¡Un maestro rural necesita saber de todo, amigo mío, de todo!”.
Incluso él compromete sus propios vienes, ya que el terreno en donde imagina esto es su hogar en un paseo acompañado por Gorki.
Un impulso para arreglar los males de su época lo motivaban en su vida. Poseía, de cierta forma, un arte para localizar y matizar la mediocridad, un arte que solo está al alcance de los que plantean las más altas exigencias ante la vida, que se forma a partir del deseo ardiente de ver la sencillez, la belleza, la armonía del hombre. En fin, en su persona la vulgaridad encontraba siempre un juez cruel y leal.
“Una vez vino una señora rellena, sana, guapa, elegante, y a ver al escritor comenzó a hablar a lo Chejov:
- ¡La vida es un triste fastidio, Antón Pavlovich! Todo es tan gris: la gente, el cielo, el mar, hasta las flores me parecen grises. Y no hay deseos… sólo melancolía del alma… como si fuera una enfermedad…
- ¡Es una enfermedad! – Dijo con aplomo Antón Pavlovich-. Seguro que lo es. En latín se llama morbos afectationis.
La señora, por suerte, no sabía latín, o tal vez hizo como que no lo sabía”.
Esto, que es detectable en su obra a simple vista, demás de esa función humorística que tanto extraña. A mi modo de ver, una necesidad de hacer las cosas más sencillas. Un estado puro entre la ironía y la verdad. Un estado que muchas veces compromete la vida en su estado absurdo.
“Un día recibió la visita de tres damas suntuosamente ataviadas. Tras llenar la habitación con el frufrú de sus faldones de seda y el color de sus mareantes perfumes, se sentaron ceremoniosamente frente al anfitrión, fingieron estar muy interesadas en la política y comenzaron a destapar las cuestiones:
- ¡Antón Pavlovich! ¿Qué le parece, cómo acabará la guerra?
Antón Pavlovich, tosió, medito y de manera suave, en tono serio aunque afable, contestó:
- Probablemente, con la paz…
- ¡Sí, ya, claro! ¿Pero quién ganara? ¿Los griegos o los turcos?
- Me parece que ganarán los más fuertes…
- ¿Y, según usted, quienes son los más fuertes? – Preguntaron con apremio las señoras.
- Los que están mejor alimentados y más instruidos.
- ¡Ay, qué agudo! – exclamo una de las visitantes.
- ¿Y usted, a quiénes prefiere: a los griegos o a los turcos? – Preguntó otra.
Antón Pavlovich la miró cortésmente y con una dulce y amable sonrisa respondió:
- A mi me gusta la mermelada… ¿Y a usted?
- ¡Me encanta! – exclamó con fruición la dama.
Y las tres a la vez se pusieron a hablar animadamente, mostrando sobre la cuestión de la mermelada su perfecta erudición y fino conocimiento de la materia. Era evidente que estaban encantadas con que no hiciera falta calentarse la cabeza y afectar aquel interés formal por griegos y turcos, en los que sin duda jamás antes habían pensado.
Ya en la puerta, alborozadas, le prometieron a Antón Pavlovich :
- ¡Le mandaremos mermeladas!”.
Sin embargo la risa que se enmarcaba en sus ojos ocultaba el sentimiento de la desesperanza cercano a la fría desolación.
“- ¡Qué extraño ser es el hombre ruso! Es igual que un tamiz que nada retiene. De joven llena con avidez el alma de cualquier cosa que pase por sus manos, y después de los treinta lo que le queda de todo aquello no es más que un batiburrillo insulso. ¡Como si ya no hubiera que trabajar más para vivir humana y dignamente! Trabajar con amor, con fe. Y aquí eso no se sabe hacer”
Los ejemplos aquí se suscitan: Los profesores que no desean enseñar, los arquitectos conformistas, los abogados que solo optan por sus intereses y los médicos que ven en el resfrío el origen de cualquier enfermedad. Son el blanco que él no desearía que existiese.
Pero sus ideas eran tan latentes en sus obras como en su vida. No lo dejaban en paz, eso que sus personajes han perdido y que solo se comprometen con lejanos sueños.
“Nos hemos acostumbrados a vivir con la esperanza de que haga buen tiempo, de una buena cosecha, de un romance agradable, la esperanza de hacernos ricos o de obtener el puesto de comisario de policía, en cambio nunca he notado en la gente la esperanza de hacerse más inteligente. Pensamos: será mejor con el nuevo zar, y dentro de doscientos años será mejor aún, no obstante nadie hace nada para que esa mejora llegue mañana. En suma, la vida cada día se hace más compleja y se mueve por sí sola hacia no se sabe dónde, mientras que los hombres son visiblemente cada vez más tontos y cada vez son más las personas que se quedan fuera de la vida.
Reflexionó un poco, frunció el entrecejo, y añadió:
- Igual que mendigos tullidos durante una procesión”.
La actualidad y nuestras propias vidas le dan la razón a Chéjov. Sus temores eran ciertos. Nuestra decidía, arrogancia e inmutabilidad son parte presente y estable de nosotros. No queremos hacer mucho ni tampoco menos. Sin embargo, para recordarnos, Gorki en sus recuerdos nos deja este aviso y una bella definición de lo que era el escritor.
“Nadie como Antón Chéjov ha comprendido con tanta claridad y sutileza el carácter trágico de las naderías de la vida, nadie antes que él ha sabido enseñar a los hombres con tan rigurosa veracidad el fastidioso y degradante panorama de su existencia tal como se desarrolla en el caos opaco de la mediocridad burguesa.
Su enemigo era la vulgaridad; toda su vida luchó contra ella, la ridiculizó y desentrañó con su afilada e imperturbable pluma, sabiendo descubrir el moho de la trivialidad incluso allí donde a primera vista todo parecía bien dispuesto, confortable y hasta esplendoroso. Y la vulgaridad se vengó con una broma cruel al depositar el cuerpo muerto del poeta en un vagón destinado al transporte de ostras”.
El compromiso por la vida del prójimo. Algo difícil de pensar en su tiempo y en el nuestro. Sería bonito ver a la gente que sale a las calles, entendiendo en realidad que es lo que piden. Sería bonito encontrar gente preocupada por sus vecinos y por el desarrollo de estos. Claro esta que la economía para eso no debería ser el rector. Pero a veces, y en muchas ocasiones, para entender solo vale un poco de conversación…
P. Ugrumov
Recuerdo de Tolstói, Chejov y Andréiev. Maxim Gorki. Editorial NORTESUR. Barcelona 2009.

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