martes, 12 de junio de 2012

Ruibal, dramaturgo viajero desde siempre, por Manuel Serén


José Ruibal es un viajero, un dramaturgo incómodo, cosmopolita por tanto, un buen dramaturgo. Nació en Pontevedra en 1925. Luego vivió en Santiago de Compostela durante unos siete años. Poco después de los veinte se trasladó a Madrid. Al principio, dice, escribía versos y cuentos. Pero un poco por necesidad un poco por casualidad, llegó al teatro:

Impensadamente, alguien me dijo que debería ponerme a escribir teatro y fue como si hubiera descubierto mis propias alas al dar con el arte dramático. Pero si hablo de alas no es, señor, por comparaciones angélicas, sino porque habiendo antes escrito un libro de poemas, algo sobre arte y un libro de cuentos en lengua gallega, que permanece inédito pese a mis pesares y del que hice una versión al castrapo –apodo gallego dado al castellano–, fue en las formas dramáticas donde me encontré en mi propia salsa.

  Su obra más célebre, The Man and the Fly, se estrenó a finales de 1971 mundialmente y fue reseñada en el New York Times. Su obra El asno recibió el premio de la revista de Estados Unidos Modern International Drama. Pero en España es un autor desconocido por una gran parte del público y la crítica.
  En sus textos teóricos reflexiona sobre España, un país en el que creció y del que huyó, pues no se sentía escuchado. Luego volvió, cuando, como él mismo dice, el país ya no terminaba en el Sur y en los Pirineos. Cuando las fronteras estaban ya todas en el aeropuerto de Barajas. Murió en Cuenca, en 1999.
  Entre otras lúcidas ideas, Ruibal nos deja su teoría de “La escayola de la guirnalda”, lo que ocurre cuando la poesía se añade al teatro sólo como palabra y no como estructura. Entonces lo poético se convierte en esa escayola que envuelve a la guirnalda.
  José Ruibal quería un teatro poético y político. Para ello, renegaba del teatro social complaciente con los tópicos de la realidad. Decía que el arte no podía ser como los consoladores, que sirven para ponérselos y quitárselos aleatoriamente. Quería que el teatro provocara la destrucción. Tenía que ir contra la realidad:

Entiéndase que no estoy hablando de volar puentes, ni catedrales, ni bancos, sino esquemas mentales. Esos esquemas rutinarios que guarda el oro en paño de la pereza política y mental.

  Durante su carrera dramática, Ruibal ha escrito obras de temáticas y estilos variados. Pero en líneas generales, podemos resumir sus inquietudes como autor en el intento de hacer lenguaje las imágenes y ver la imagen de las palabras. Su paisano Valle Inclán ha influido poderosamente en él. En algunas ocasiones, José Ruibal introduce las máquinas en su poética, pues le preocupaba la función de éstas en la evolución de la sociedad. Algo que veía como un proceso de masificación y control autoritario sobre el mundo. También introdujo frecuentemente personajes animales o animalizados, según él, más por una búsqueda de universalidad fabular que por evitar la censura. En El hombre y la mosca compuso una metáfora crítica de la España de la dictadura.
  Pero como hemos dicho, el gallego se alejó de España. Vivió una larga temporada en Argentina y en Uruguay. Los mendigos fue escrita en 1957 en Buenos Aires. Durante estos periodos tuvo una actividad fecunda. Fue representado por compañías de estos países y de Estados Unidos, pese a que tardó en ver representaciones suyas en su país de origen. No se adaptó a los moldes que por aquel entonces ocupaban el panorama. No adquirió esa templanza y constancia necesarias para levantar la mano y hablar. Él mismo lo explica muy bien:

El teatro, pienso, es un arte sedentario, pero no alcanzo el necesario sosiego en esta palangana de la vida en la que me ha tocado vivir.

  Los mendigos está estructurada mediante un particular sentido coral. Comienza con un prólogo dicho por el coro de mendigos. Al principio, la imagen de los personajes mendigos forma un “friso” en la pared. Están adosados por debajo al muro de la plaza que representa la escena. Mediante diálogos ingeniosos y disparatados hace crítica de miseria en la que están sumidos los que no tienen pan. No pueden salir de ella y los demás –caracterizados como diversos animales– sólo quieren hacerles fotos. Los mendigos preguntan todo el tiempo: ¿quién escondió la llave del granero?
  El argumento de la obra es sencillo. En el país del Rosario de la Aurora nunca ha existido eso llamado economía. Es una palabra que no debe pronunciarse. Es este país los mendigos son un reclamo exótico para los turistas. Pero éstos se han quejado porque últimamente los mendigos están sucios y huelen mal. Así que el jefe espiritual, el policía y el Ministro de propaganda, representados por el Cuervo, el Perro y el Loro, deciden prohibir la mendicidad. Durante la obra aparece también un Asno, ejecutado por hablar demasiado. Y un Artista, cómodo con el candado que lleva en la boca. En el país del Rosario de la Aurora hay libertad total, para rascarse.
  El humor de Ruibal en Los mendigos es ácido. En algunos momentos el lenguaje utilizado por los personajes es serio y poético. La forma de hablar está distanciada de la naturaleza convencional del mendigo. En otros momentos la obra está atravesada por un gran componente satírico y el tema social, el hambre, la libertad, se trata con mordaz ironía. Encontramos ecos del teatro épico, del existencialismo, del absurdo.
  Si bien Los mendigos es una obra de juventud y por tanto puede resultar experimental, es un paso necesario para la llegada de la madurez en la escritura del autor. Y resulta una excelente muestra de los intentos por asumir la tendencias dramatúrgicas del siglo XX, integrándolas en una poética propia de un autor español.

Fragmentos de Los mendigos, pincha para acceder, aquí.



Manuel Serén


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