martes, 3 de mayo de 2011

Estaciones de Valle-Inclán



Estaciones de Valle-Inclán en Cuba
Josefina Ortega • La Habana
Fotos: Cortesía de la autora

Dicen que cuando en 1895 estalló la guerra de independencia en Cuba, don Ramón del Valle-Inclán (Galicia, 1866-1936) se opuso a las manifestaciones callejeras, integristas y patrioteras, de la metrópoli contra los insurrectos cubanos.
No debe resultar extraño para quien conozca sus motivaciones, que fuera el propio escritor quien comentara después con orgullo mal disimulado de viva voz a sus oyentes que: “La guerra de Cuba la ganamos los cubanos en su patria, y yo en las calles de Madrid.”
Ciertamente no existe otro autor de la española generación de 1898 —como afirmó el ensayista Salvador Bueno— que tuviera biografía más encrespada que Valle-Inclán, ni más relacionada con estas tierras calientes de México y Cuba.
“Su Sonata de estío nos dejó el recuerdo de la Niña Chole y los ecos del escenario azteca. Pero la presencia cubana resulta constante a lo largo de su obra desde reminiscencias pasadas y de su directo contacto con la realidad.”

Tras lo bucólico del panorama
De su primera estancia en la Isla poco se ha dicho.
Llegó a bordo del vapor Montevideo, procedente de tierras aztecas, el 28 de marzo de 1893, cuando todavía era un perfecto desconocido. Lejos estaba entonces de convertirse en figura excepcional de las letras hispanas.
De él solo se echaban a ver algunas crónicas y cuentos en diarios de Galicia, Barcelona, Madrid y México. Tampoco había perdido en un lance su brazo izquierdo ni exhibía la desaliñada barba de casi medio metro de largo que mucho dio que hablar a sus contemporáneos años más tarde.
A la sazón era apenas un joven ávido de disfrutar de una grata temporada en el ingenio azucarero Santa Gertrudis, en el actual municipio de Colón, en Matanzas, invitado por una familia amiga, con la que recorrería también otros emporios similares en La Habana, Matanzas y Las Villas.
Sin embargo, tras lo bucólico del panorama, es posible imaginar que, dada su rebeldía acostumbrada, el despotismo colonial dejara su huella en el después famoso intelectual gallego, que tanto se acercó a la América, sin populismo estéril ni decadentismos.
Ya en 1897 publicó en Madrid “La feria de Sancti-Spíritus”, cuyo sabor es típicamente cubano y muy vigente en toda su obra posterior.
En 1910 visitó con su esposa, la actriz Josefina Blanco, y una compañía teatral, la Argentina, Paraguay, Uruguay, Chile y Bolivia.


Como un hijo de casa
Sus posteriores andares en la Isla, antes y después de su retorno a México, adonde asistió como invitado oficial por las fiestas del Centenario de la Independencia, tienen lugar en 1921.
Escritor conocido ya, llegó a La Habana por segunda ocasión, procedente de La Coruña, en el vapor Oriana, el 11 de septiembre, y parte a Veracruz dos días después. Vuelve a la capital cubana en el barco Zelandia el 17 de noviembre.
Por cierto, cuando el gran estilista y renovador de la prosa española arribó aquí en esta su tercera estadía, fue enviado de inmediato, según las leyes sanitarias, por prevención ante la fiebre amarilla, al campamento de Tiscornia a guardar cuarentena. Y el presidente del muy ilustre Centro Gallego tuvo que sacarlo de allí.
Desprovisto de poses ceremoniosas se hospedó en el hotel Florida y recorrió las calles de La Habana con su donaire y sus "barbas de chivo”, como las llamó en un poema Rubén Darío.
Sus publicaciones en la prensa despertaron gran atención. Intercambió con jóvenes intelectuales. Visitó la redacción de El Fígaro. Confraternizó con los redactores de la revista Social.
Sus críticas a instituciones y autoridades hispanas promovieron algunos incidentes, pero las injurias de sus adversarios quedaron en el olvido.
Los cubanos admirarían para siempre al gran escritor español, al hombre de singular ingenio y palabra lúcida que, como dijo Jorge Mañach: “Se portó, en suma, como un hijo de casa”.
El autor de las famosas “Sonatas” partió a Nueva York, de regreso a España, en los primeros días de diciembre de 1921.


Todavía palpitante
Más de medio siglo después de su muerte, en 1993, se filmaron en La Habana y Trinidad, escenas de Tirano Banderas, la más famosa novela de Valle-Inclán, publicada en 1926 y reconocida como la primera novela moderna que trata el tema del dictador latinoamericano.
Anuncia a El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias; Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos; El recurso del método, de Alejo Carpentier, y El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez.
Es sus páginas hay un Valle-Inclán todavía palpitante, admirador profundo de esas tierras “calientes” de nuestra América, en especial, de México y Cuba, las que nunca olvidó.


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