martes, 2 de noviembre de 2010

BAJO LA SOTANA

La acción transcurre en el interior de una iglesia, los muros son de piedra y el altar tiene pinta de ser de estilo barroco. Aún lado vemos la imagen de la Virgen Macarena, está adornada para ser paseada por las calles en la madrugá andaluza, ya que es Semana Santa. Y en el otro lado tenemos un pequeño confesionario. Por un lateral entra el Padre Emilio, es un capellán. Se dirige hacia la imagen de la Virgen.

Padre Emilio: (Grita) ¡Rufino!... Dónde estará esta criatura.
Por un lateral aparece un joven vestido de monaguillo, es Rufino.
Rufino: Si Padre.
Padre Emilio: ¿Dónde se había metido usted? Llevo media hora buscándolo. ¿No estará haciendo usted de las suyas?
Rufino: No Padre. Estaba limpiando las vinajeras.
Padre Emilio: Así me gusta Rufino. Pero ahora debes de terminar de colocar los adornos de nuestra señora Macarena.
Rufino: Estoy esperando que lleguen más adornos, aún quedan flores por llegar.
Padre Emilio: Mientras tanto saca brillo a la cantonera.
Rufino: Pero si ya lo he limpiado.
Padre Emilio: Debe de quedar como los chorros del oro. Así que ya sabes lo que tienes que hacer hijo.
Rufino: Sí Padre.
Padre Emilio: Deja bien bonita a mi Virgen Macarena.
Rufino: (En voz baja) Aay... Macarena.
Padre Emilio: ¿Qué ha dicho Rufino?
Rufino: Nada Padre, se me ha metido una mota de polvo en el ojo.
Padre Emilio: Tenga cuidado hijo. Ahora póngase a trabajar. (Sale de escena)
Rufino una vez que ha salido el Padre Emilio de escena, se dispone a limpiar mientras canta la canción de la Macarena.
Por la puerta principal entra Encarna, es una vecina del barrio. Va vestida de luto.
Encarna: ¡Dios Santo! ¡Rufino pero como se atreve!
Rufino: Disculpe Señora Encarna. No le había oído entrar.
Encarna: Pero como me iba usted a oír cantando esas canciones de Satanás.
Rufino se queda callado sin saber que decir.
Encarna: ¡Encima se queda callado el condenado!
Entra a escena el Padre Emilio.
Padre Emilio: Hola Señora Encarna. ¿A qué se debe su visita?
Encarna: Padre Emilio necesito que me confiese.
Padre Emilio: No faltaba más. Vaya al confesionario en seguida iré yo.
Encarna: Gracias Padre Emilio, llevo una pena encima.
Padre Emilio: No será para tanto.
Encarna se dirige al confesionario.
Padre Emilio: Y tú Rufino que sea la última vez que cantas esas canciones delante de nuestra Señora Macarena.
Rufino: Sí Padre.
Padre Emilio: Cuando se marche la señora Encarna pasa a confesarte. Creo que han llegado los adornos que faltaban, ves a recogerlo.
Rufino: Enseguida voy.
Rufino Sale fuera de escena y el Padre Emilio se dirige al confesionario.
Padre Emilio: Dígame señora Encarna
Encarna: Perdóneme padre, me dejé llevar por el pecado.
Padre Emilio: ¿Qué ha pasado?
Encarna: El otro día vino a visitarme doña Rosario, la vecina del cuarto. Se me queda mirando fijamente y me dice: ¿No te gustaría tenerlos más firmes? Conozco a alguien que te los puede dejar como a una princesita.
Padre Emilio: (Sorprendido) ¿Y... usted que hizo?
Encarna: Me dirijo al espejo y veo que sí los tengo un poco flojos. Doña Rosario tenía razón.
Padre Emilio: ¡Dios mío! Entonces, ¿qué pasó?
Encarna: Una pena Padre Emilio, me fui al lugar donde me dijo. Allí había muchas mujeres tumbadas que estaban buscando lo mismo que yo. Se me acerca un hombre muy feo y me dice: Tumbase, relájese y no se mueva.
Padre Emilio: ¿Y usted que hizo?
Encarna: Una pena padre. Yo me tumbé, él se acerca con su cosa entre las manos.
Padre Emilio: (Sorprendido) ¿Qué cosa?
Encarna: No voy a entrar en detalles padre. (pausa) Pues una cosa horrible con la que me llenó de un líquido pegajoso.
Padre Emilio: ¡Dios mío!
Encarna: No se enfade padre. Pero es que mereció la pena. Mire toque que tersos se me quedaron.
(se toca las mejillas)
Padre Emilio: ¡Cómo que las mejillas! ¡Me ha estado usted hablando de las mejillas todo este tiempo! ¡Entonces ese líquido!
Encarna: Padre pues que iba a ser, pues una crema. Creo que era de yogur o algo así.
Padre Emilio: Pero mujer eso no es pecado, y en su caso era necesario.
Encarna: Pero padre me tocó un hombre desconocido. ¡Ay, una gran pena!
Padre Emilio: Vaya usted con Dios señora Encarna.
Encarna: Gracias Padre, me ha dejado usted más tranquila.
Encarna sale de escena.
Padre Emilio: Y dice que es una pena. Sí claro pena penita pena. (Se pone a cantar la canción Pena Penita Pena.)
Una vez que el Padre Emilio termina de cantar entra Rufino con algunos adornos.
Padre Emilio: Rufino deje ahora los adornos y venga usted a confesarse, que falta le hace.
Rufino: Padre no me va a dar tiempo a terminar de colocar los adornos si me confieso.
Padre Emilio: No se preocupe, más tarde le ayudo yo.
Rufino: Como usted diga Padre.
Se dirigen los dos hacia el confesionario.
Padre Emilio: Rufino le he escuchado como cantaba esa canción del demonio a nuestra santa.
Rufino: Padre la canté sin querer.
Padre Emilio: Rufino no mienta que está dentro de un confesionario.
Rufino: Perdóneme padre, qué debo hacer ahora.
Padre Emilio: Acérquese Rufino y le ayudaré a que nuestro Señor le perdone.
Rufino: Gracias Padre. (Se acerca al otro lado del confesionario)
Padre: Emilio: Venga aquí Rufino y siéntese a mi lado.
Rufino: (Se sienta) ¿Qué debo de hacer Padre?
Padre Emilio: (Acaricia el pelo a Rufino) Tu tranquilo Rufino. Haz todo lo que te diga. Antes, ¿Dígame por qué cantaba esa canción?
Rufino: Es una canción muy alegre que suelo cantar normalmente.
Padre Emilio: (Sigue acariciándolo) Pero hijo esas canciones no se cantan dentro de la iglesia. Yo recuerdo cuando era joven que me gustaba mucha cantar. Un tarde estaba barriendo la iglesia donde yo era monaguillo y me puse a cantar una canción. En ese momento entró el Padre Rodrigo y me sorprendió cantando la canción que en aquel momento estaba de moda. Era la canción de los Pajaritos. Yo en ese momento me puse colorado y no sabía como reaccionar. El Padre Rodrigo me dijo que fuese al confesionario. Allí me preguntó por qué cantaba la canción de los Pajaritos. Yo le contesté que era una canción que había escuchado una vez y se me había quedado en la memoria. Mi respuesta no le gustó al Padre Rodrigo y me preguntó si me gustaban los pajaritos. Yo le dije que sí, que eran unos animalitos muy bellos que nuestro señor había puesto en este mundo. (Va acariciando el cuerpo de Rufino)El Padre Rodrigo en ese momento me enseñó un pajarito y me hizo cantar la canción de Los Pajaritos. Desde ese momento comprendí que no debía cantar la nunca más dentro de la iglesia canciones profanas.
Rufino: ¿Y ahora qué debo hacer Padre?
Padre Emilio: ¿A ti te gustan los pajaritos?
Rufino: Claro Padre, es uno de mis animales favoritos.
Padre Emilio: Le voy a enseñar un pajarito que no va a olvidar en su vida.
Rufino: ¡Qué bien Padre!
El Padre Emilio se sube un poco la sotana y Rufino se mete debajo de ella.
Rufino: ¡Padre nunca había visto un pajarito tan grande!
Padre Emilio: En la viña del señor hay de todos los tamaños. Ahora debes de hacerle cantar.
Rufino: Sí Padre, lo que usted diga.
Mientras Rufino está debajo de la sotana el Padre Emilio comienza a cantar la canción de Los Pajaritos. Poco a Poco se va haciendo oscuro.

Pedro Entrena

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