domingo, 28 de noviembre de 2010

Apuntes de juventud de Irene Ochoa. El silencio.



El silencio. El silencio como el que espera en una estación, con la mirada perdida, y ve pasar los trenes. El silencio como la pausa, el arrebato. El silencio como el infinito. El silencio inalcanzable como las galletas encima de un armario.
Según la RAE, el silencio es la “abstención de hablar” o la “falta de ruido”. 
La primera vez que John Cage entró en una cámara estanca donde se hacen experimentos de física registró dos sonidos, uno agudo y otro más grave, uno respondía a los impulsos eléctricos del cerebro, el otro al latir del corazón. El silencio como lo imposible. 
John Cage compuso su pieza 4`33 porque sabía que iba a ser siempre diferente, que los sonidos correspondían al otro: toser, bostezar, arrastrar la silla, el papel de un caramelo... al final creó una esfera llena de vida que se va transformando. El silencio como el proceso.
El silencio es lo más cercano a la vida. Los silencios siempre crean algo. Los silencios se componen de minúsculos ladrillos que levantan arquitecturas imposibles. Hacen cambiar, son pequeños puntos de inflexión, canicas que van rodando por el suelo.
El silencio es una leona agazapada en la estepa esperando a que pase un ñu, el silencio es justo el momento antes en el que salta a por él. El silencio nunca puede ser gratuito.
Eso de hablar y hablar y hablar... y realmente querer expresar una cosa diferente a lo que estás diciendo, es una forma de silencio no puro. No es silencio. Es habilidad, maestría, timidez... es querer decir algo y no atreverse. Es decir algo de una manera diferente, pero es decir. El verdadero silencio no dice, transforma. El verdadero silencio es una categoría mística.
Cada vez que hablamos del silencio lo contaminamos, contribuimos a su ruptura, a su embalsamamiento. Shsssss! shsssss!
El silencio, punto. El silencio, es.





Hay silencios que están llenos y palabras muy vacías.

No hay comentarios:

Publicar un comentario