José Ruibal
Al escribir teatro pueden tomarse dos actitudes: escribir para el público o contra el público.
Esas dos actitudes entrañan dos posiciones artísticas y éticas diferentes.
La primera suele ser inmediatamente recompensada por un público complacido. La segunda suele ser rechazada por un público que se siente molesto.
Benavente escribió para el público de su tiempo. Valle-Inclán contra el público de su tiempo.
Escribir contra el público no quiere decir disparar contra él por sarcasmo. Eso sería estúpido.
Un autor que se arriesga a escribir contra el público –contra la rutina y pereza mental de su tiempo– no pretende degradar, sino que intenta contribuir a elevar a ese público, a medida que también él se eleva.
Esta actitud suele acarrear dificultades al autor dramático. De ahí su valor ético.
Valle-Inclán, velando por la calidad artística de su obra y por su independencia de escritor, se encontró rodeado de obstáculos. Pero hoy, a más de treinta años de su muerte, ¿quién ha dado más que él?
(…)
Partimos de la realidad, pero no le rendimos un culto que pueda transformarse en hipoteca. No buscamos la ilusión de lo real, sino su contenido más profundo y universal.
En términos materiales, el teatro no es casi nada. Sin embargo, un pueblo que carece de teatro es un pueblo incapaz de superarse espiritualmente a través de la crítica. Carece de madurez mental.
Si un novelista es un espejo, un autor dramático es una conciencia. Por eso molesta.
Carecer de un teatro vigoroso resulta aterrador por lo que revela: una sociedad sin teatro es una sociedad sin pensamiento.
Escribir contra el público es, en definitiva, el único modo de crear algo nuevo. Por eso vale la pena.
Fabricio Barreiro.
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