Valle, sobre los modernistas.
El modernista es el que inquieta.El que inquieta a los jovenes y a los viejos, a los que beben en la clásica fuente de mármol helénico, a los que llenan el vaso en el oscuro maniantal que brota en la gris penumbra de las piedras góticas. El modernista es el que gusta dar a su arte la emoción interior y el gesto misterioso que hacen todas las cosas al que sabe mirar y comprender. No es el que rompe las viejas reglas, ni el que crea las nuevas, es el que siguiendo la eterna pauta, interpreta la vida por un mundo suyo, es el exegeta. El modernista solo tiene una regla y un precepto. "la emoción"
El modernista es el que inquieta.El que inquieta a los jovenes y a los viejos, a los que beben en la clásica fuente de mármol helénico, a los que llenan el vaso en el oscuro maniantal que brota en la gris penumbra de las piedras góticas. El modernista es el que gusta dar a su arte la emoción interior y el gesto misterioso que hacen todas las cosas al que sabe mirar y comprender. No es el que rompe las viejas reglas, ni el que crea las nuevas, es el que siguiendo la eterna pauta, interpreta la vida por un mundo suyo, es el exegeta. El modernista solo tiene una regla y un precepto. "la emoción"
La Nación de Buenos Aires 6-VIII-1910.Cit.AurelaC.Garat.
Ani.
Comenzaré por decirle a usted que creo que hay tres modos de ver el mundo artística o estéticamente: de rodillas, en pie o levantado en el aire, Cuando se mira de rodillas –y ésta es la posición más antigua en literatura-, se da a los personajes, a los héroes, una condición superior a la condición humana, cuando menos a la condición del narrador o del poeta. Así Homero atribuye a sus héroes condiciones que en modo alguno tienen los hombres…
Hay una segunda manera, que es mirar los protagonistas novelescos, como de nuestra propia naturaleza, como si fueran nuestros hermanos, como si fuesen ellos nosotros mismos, como si fuera le personaje un desdoblamiento de nuestro yo, con nuestras mismas virtudes y nuestros mismos defectos. Esta es indudablemente la manera que más prospera. Esto es Shakespeare, todo Shakespeare…
Y hay otra tercer manera, que es mirar el mundo desde un plano superior y considerar a los personajes de la trama como seres inferiores al autor, con un punto de ironía. Los dioses se convierten en personajes de sainete. Esta es una manera muy española, manera de demiurgo, que no se cree en modo alguno hecho del mismo barro que sus muñecos. Quevedo tiene esa manera. Cervantes también. A pesar de la grandeza de Don Quijote, Cervantes se cree más cabal y más cuerdo que él, y jamás se emociona con él… (También es la manera de Goya.) Y esta consideración es la que me movió a dar un cambio en mi literatura y a escribir los esperpentos, el género literario que yo bautizo con el nombre de esperpentos”.
(Hablando con Valle Inclán, artículo de G. Martínez Sierra (ABC, 7 de diciembre de 1938)
“El esperpento -escribe Ricardo Doménech- descoyunta, si es que puede decirse así, la realidad; transforma por completo la imagen aparente que tenemos de su estructura y su dinámica, precisamente para mostrarnos cómo son, cómo es la realidad” (p.464). Y cree ver en “este descoyuntamiento de la realidad una finalidad muy semejante a la que Brecht buscaba con su idea del distanciamiento” (ídem). “Valle presenta en el escenario la realidad en que vive el espectador, pero de tal manera deformada que éste no puede por menos de quedar atónito, pues esta realidad es increíble. Esta imagen esperpéntica de la realidad nos obliga a una toma de conciencia: la conciencia de que vivimos una realidad esperpéntica, la conciencia de que son grotescos unos valores generales en los que se fundamenta la realidad concreta que nos rodea” (pp.464-465).
El esperpento según Ricardo Doménech, citado (de su texto Para una visión actual del teatro de los esperpentos, Cuadernos Hispanoamericanos,) por Francisco Ruiz Ramón. (p. 132). Historia del Teatro español. S. XX. Alianza Editorial. Madrid. 1971.
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