La pluma de Chejov salvo en raras ocasiones, no es justiciera, no premia ni castiga, aunque sea desvela la injusticia y las categorías morales de una sociedad jerárquica, cruel, malévola, apática, falta de todo principio moral. Cuando los personajes se enzarzan en grandes conversaciones –sobre todo en los relatos largos—sobre los males de la época y la posibilidad de que triunfen nuevos principios mucho más elevados y justos, está claro de qué parte se encuentra el autor, el lector no puede dudar de que Chejov sueña con otro tipo de sociedad y la que le rodea le resulta aborrecible y degradante. Pero se palpa también la desconfianza de Chejov hacia las corrientes más altruistas y piadosas y, sobre todo, hacía los teóricos de una nueva sociedad, porque, en la práctica son los más inmorales, los que viven a mayor distancia de las ideas que predican y defienden. Ante personajes de este tipo, se palpa la indignación de Chejov. Quizá esta actitud le lleva al nihilismo y, ciertamente, muchos de sus personajes se muestran como nihilistas convencidos, pero también en tales casos Chejov nos lo presenta con cierto sentido crítico.
Prólogo de Soledad Puértolas
Juana Galgo Vereda
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